CARLOS LARA
arte contemporaneo
EL PATRONATO DEL MAGUEY
La modernidad nos ha dado “la oportunidad de nuestras vidas”: la oportunidad de arraigar en la ciudad [aunque sea en la periferia] modernizando la ruralidad.
Entre perseguir falsas promesas y las molestias incesantes que nos grita el hambre nos arrastraron del campo a la ciudad. Con nosotros desplazamos todo eso con lo que el migrante puede cargar: padres, hijos, hermanos, formas de guisos, rituales religiosos, regionalismos, sabiduría de la tierra, costumbres y otras tantas tradiciones de maleta compacta. Nos trajimos todo, hasta las ganas de ser recolonizados, y es que, mas vale llegar sin invitación que esperar aislado.
Asentarse en la ciudad se trata de mecanismos sutiles: símbolos de dominación, de descampesinado y consecuencias de un desplazamiento forzado. Embistieron las raíces precursoras; hierra que nunca cicatrizará: como un tatuaje en los párpados inyectaron el neoliberalismo como costumbre y con él, el consumo de cerveza. Tatuados tenemos el decreto 105, de 1919, sobre la prohibición en la producción y consumo del pulque. La bebida popular de los dioses, máxima herencia cultural despreciada por ser emblema del águila, por ser emblema del
indio: para ellos una bebida sucia y antihigiénica que incitaba a la violencia. Malditos. Está claro el sabotaje a este elixir, insumo que podía ser adquirido directamente de la madre naturaleza: obvio, sin generar capital alguno. Una página completa anunciando beneficios y virtudes nutritivas de la Cerveza Carta Blanca adornaba la contraportada.
La ciudad nos puso a sazonar la potencialidad de conseguir empleos bien remunerado, o sólo empleos, pero ya algo es algo; de construir una casa a medida y a gusto de la familia, o con lo que fuimos encontrando y acaparando, de vestir y andar como gente de ciudad.
Lamentablemente a todo se acostumbra uno menos a no comer. Una parte del campesinado se acostumbró en un acto simbólico de la creatividad y la fuerza física que exige vivir en el campo, a ser edificador, un maestro que construiría las carreteras hacia futuro: le llaman albañil. Otra parte se acostumbró a pasar de los surcos de la siembra y la cosecha, a las líneas de producción automatizadas, todo eso sin volverse locos. Y al igual que las montañas, en pro de la ciudad, moriremos poco a poca en los deseos por el trabajo.
No fue simple migración: hijos forzados del desplazamiento a merced de la modernización.